
Vivimos en una era de logros, visibilidad y reconocimiento. Redes sociales, títulos, medallas, viajes, nombramientos. Y sin embargo, hay un recordatorio necesario que todos, sin excepción, necesitamos de vez en cuando: que no se te suba la mostaza. Una frase simple, pero potente.
Este dilema nos toca a todos. No importa si somos emprendedores, funcionarios, artistas, voluntarios o simples ciudadanos. En algún momento sentimos que logramos algo importante y es ahí donde aparece el verdadero desafío: no olvidar quién sos, de dónde venís, y a quién tenés al lado.
La semana pasada tuve el honor de ser invitado a participar en la delegación del presidente Javier Milei. Fue una experiencia impresionante: encuentros con ministros de Israel, comidas en hoteles majestuosos, conversaciones con diplomáticos, líderes y empresarios. Todo muy impactante. Pero apenas llegué a casa, mi esposa Jani, con una sola frase, me ubicó en tiempo y espacio. Ponete a lavar los platos y doblar la ropa. Con su estilo dulce y firme, me recordó que más allá de todo, soy un esposo, un papá y un ser humano con tareas concretas (y una bolsa de basura que aún esperaba ser sacada).
Jani es mi brújula. Siempre lo fue. Y es gracias a personas así —familia, amigos verdaderos— que uno no se pierde.
Ya lo decía el rey David en los Salmos:
"Mi corazón no es altivo, ni mis ojos altaneros; no ando en cosas demasiado grandes ni en cosas demasiado elevadas para mí" (Tehilim 131:1).
Y en Pirkei Avot (Ética de los Padres), leemos:
"Cuanto más grande eres, más debes humillarte" (Pirkei Avot 3:18).
"No te alabes a ti mismo hasta el día de tu muerte" (Pirkei Avot 2:4), porque siempre hay más por hacer, y todo puede cambiar en un instante.
Incluso Abraham Avinu, el padre de nuestra nación, recibió una enseñanza eterna cuando dudó sobre qué hacer con su hijo Ishmael. En ese momento, Hashem le dijo:
"כֹּל אֲשֶׁר תֹּאמַר אֵלֶיךָ שָׂרָה שְׁמַע בְּקֹלָהּ"
"Kol asher tomar eileja Sara, shma bekolá"
"En todo lo que te diga Sara, escúchala" (Bereshit / Génesis 21:12).
No es una simple instrucción; es una guía divina sobre la importancia de saber cuándo escuchar, y a quién. Si Abraham, nuestro patriarca, necesitó ese recordatorio… ¿cómo no nosotros?
La conclusión es clara: salí con todo a la cancha, conquistá el mundo, dejá huella… pero nunca dejes de mirarte al espejo con sinceridad. Criticate, cuestionate y recordá siempre tus raíces. Porque el verdadero éxito no se mide solo en logros, sino en la capacidad de seguir siendo auténtico en medio de ellos.
Y si alguna vez te sentís el “ganador del Nobel”… sacá la basura con una sonrisa.