
Cayó en mis manos un libro que me recomendó Bashe mi amiga mexicana, Frutas en el frutero, de
Grisell Trip Capuano, donde hace varias disertaciones divertidas, con las cuales me he identificado mucho.
Bashe me prestó el libro acompañado del comentario de que me iba a identificar porque sus
escritos eran parecidos a los míos, o los míos a los suyos, en este caso, el orden de los
factores no altera el producto. Algún día me gustaría conocerla, pues parece que
tenemos muchas cosas en común. Yo no creía que algún día iba a encontrar otra
persona que pensara y compartiera las mismas locuras mías.
Uno de los escritos es sobre la
fotografía y se titula: Acá viendo el
pajarito. (Estamos refiriéndonos a la
época en que todavía no se decía cheese, ni whisky, ni un montón de vocablos
para que apareciera una sonrisa en la boca de los fotografiados. Simplemente se decía, mira o miren,
si era un grupo, el pajarito. La mayoría miraban al frente y sonreían para que la
cámara los enfocara, pero había uno que otro malpensado que bajaba la mirada a otro
pajarito….
En mi cabeza estaba rondando hace días la idea de escribir algo sobre los
álbumes que tuve que dejar en Colombia cuando vinimos a Israel. Pesaban mucho y no había forma
de acomodarlos en las maletas. Cuando leí lo de Griselle, titulado , Acá viendo el Pajarito,
mi mente hizo un viaje imaginario a ese pasado que quedó consignado, a través de
imágenes y recuerdos.
La diferencia es que ella cuenta cómo organizó sus
recuerdos en álbumes para reconstruirlos y a mí , por el contrario, me tocó despegar
las fotos de los álbumes por aquello del espacio en las maletas.
Como una buena nuera que fui,
le ayudé a mi suegra a organizar fotos familiares que tenía guardadas en cajas. Fotos que
atestiguaban momentos vividos de esos que se guardan en el baúl de los recuerdos. Desde joven
(tzairá), siempre tuve mis álbumes muy organizados con leyendas y fechas de los momentos
importantes. A veces disecaba flores de esos que que algún novio me había enviado y las pegaba
con su respectivo sticker. Casi todas eran de Reuven, pues nos conocimos cuando yo tenia 16 y él 18.
Tenía pegado hasta el carnet suyo de la universidad. (Increíble como me sirvió para la
alyah, para demostrar un periodo de sus estudios). Pegaba las tarjetas de las serenatas que recibí
desde la ventana (jalón) de mi cuarto. Había que prender la luz (menoráh) para indicar
que la homenajeada estaba escuchando las canciones (shirim) dedicadas por su amado, cual Romeo. Había
boletas de conciertos, como para retener esas notas musicales de esas guitarras por donde brotaba el rock de
los 60.
Eran un tesoro esos álbumes. Cada página contenía una historia.
En
una época, en el negocio familiar que teníamos , hicimos una gran importación de
álbumes y eran muy bonitos y con gran capacidad de almacenar fotos (tmunot), así que
seguí pegando momentos familiares en esos álbumes que tenían su propio pegante y las
fotos se conservaban mejor.
Llegó la era de la informática y prácticamente
desaparecieron las cámaras fotográficas y fueron reemplazadas por los teléfonos
celulares. Todo en uno. Las hay todavía para profesionales, pero ya no se ve el clásico
turista con la cámara colgada al cuello. Ya no hay que esperar a que se revele
el rollo para
ver las fotos.
Ya las fotos se toman de manera instantánea y se almacenan en el teléfono
y en la nube. Cuando queremos verlas vamos al cielo y listo.
Llegó el momento de la alyah y del
desapego. Hubo que deshacerse de muchas cosas, entre ellas de esos queridos álbumes que nos
acompañaron por tanto tiempo y que fueron testigos de tantos momentos mágicos.
Seleccioné las mejores fotos y deseché otras. Fue un ejercicio de recuerdo.
Encontré fotos de mucha gente y les mandé la foto con un mensaje. No hubo nadie que no me
hubiera agradecido ese gesto y que no se hubiera emocionado. Nadie me dijo, bote o borre esa foto.
Para esa época, mi papá me insistía en que me llevara los álbumes de su
casa, que siempre mirábamos cuando íbamos, que él no iba a vivir eternamente,
así que además de los míos, se sumaron los de mi
papá. Menos mal, mi
hermano que es aficionado a las fotos ha digitalizado toda nuestra vida familiar, así que la gran
mayoría de recuerdos familiares están ahí retenidos en el tiempo.
Despegué
lo que más pude hasta que no alcancé más. El día de la partida todavía
había cosas por recoger y álbumes por organizar que quedaron a buen recaudo de mis amigos
Helena y Raúl que me los están guardando, hasta que yo los pueda traer. Mi amigo Igal me hizo
un gran favor de traerme algunos en uno de sus viajes en que cruzó el charco. Todavía quedan
donde mis amigos varios álbumes, que de vez en cuando miran para recordar y me preguntan quién
es quién?
Las fotos sueltas que me traje, las tengo en unas cajas muy vintage que compré
y de vez en cuando las miro para recordar. Me pasé la vida organizando y pegando fotos y a estas
alturas, tocó despegarlas de los álbumes para poderlas traer y botar las pesadas caratulas que
dificultaban y encarecían el transporte.
Pegar y organizar es una linda labor y es algo
constructivo, pero lo contrario no es tan agradable. Sin embargo nos acostumbramos a todo y lo importante es
poder recordar esos momentos que algún día pegamos y despegamos.
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