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Crómicas de Shabat

Marlene Manevich
Escrito por Marlene Manevich
Notiolei 691
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Se me olvidó que las ventanas de los carros se pueden abrir. Estaba tan acostumbrada a andar en Colombia con la ventana cerrada, por asuntos de seguridad, que ya no me acordaba cómo era cuando el aire entra por la ventana y refresca el ambiente. Tampoco me acordaba lo que era poner la cartera en la silla de al lado. Me acostumbré tanto a llevarla debajo de los pies (raglaim) mientras manejaba, para que no me la robaran, que me siento rara, cuando no la tengo ahí. Ya me hace falta ponerla debajo de mis pies cuando manejo, así que no pierdo la costumbre. Aquí en Israel también (gam) se puede dejar la cartera en el galgal (carrito del supermercado), cosa que en Colombia es imposible. Increíblemente se puede colgar detrás de la silla y degustar un exquisito plato en un restaurante (misadá). En Colombia o se come o se cuida la cartera, pero las dos acciones al mismo tiempo no se pueden hacer. Caminar (lalejet) por la calle (rejov) con el celular en la mano, o aprovechar ese tiempo muerto en que nos desplazamos de un lugar a otro para contestar una llamada, sin temor al raponeo, es un lujo que en algunos países es imposible. Da gusto ver a niños de 7, 8 años y hasta menos, caminando solos en la calle sin ningún problema o montando bicicleta solos, sin la supervisión de un adulto. Allá es peligroso por ser niños y hubo épocas en que los secuestraban y además se robaban la bicicleta. En Colombia me daba muy duro cuando yo salía, por razones de trabajo y mis hijos bajaban al garaje a patinar o a montar bicicleta, mientras yo llegaba para poderlos acompañar al parque, porque solos era imposible. La verdad es que nunca pensaba que me iban a robar, pero había que tener presente el onceavo mandamiento: no dar papaya. Y no creer que las cosas sólo le pasan al vecino, porque uno también es vecino de otro al que le pasan. Había que cuidarse. Aquí me puedo colgar aretes y collares, que allá me daba pánico usar porque me las podían arrancar y de paso lastimarme la oreja. Eso pasaba con alguna frecuencia. Es muy agradable sentir esa tranquilidad que había perdido a causa de la inseguridad. Nos parecía natural tenernos que cuidar siempre. Eran actos cotidianos y el hombre es un animal de costumbre que termina aceptando y aprendiendo un montón de cosas por la fuerza de la costumbre. No es que aceptemos las cosas, sino que nos acostumbramos a soportarlas y así fue como la inseguridad se volvió una parte de nuestra vida cotidiana. Ahora (ajshav) que vivo aquí (po) me siento libre y segura. He recuperado esa tranquilidad que ya no me acordaba que existía. No es que sea el paraíso……(casi), pues hay otro tipo de inseguridad, pero se puede caminar tranquilamente por la calle sin temor a que nos atraquen y nuestras cosas pasen a manos de otro dueño.

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