
Fui criada en un hogar judío y por tal motivo respiro judaísmo por los poros. No crecí
en una familia muy religiosa y la comunidad de Medellín donde me crié, era una comunidad sui
generis. Durante muchos años ni había rabino, pero el señor Sudit oficiaba para todo:
bar mitzvahs, (creo que se dice bar mitzvot en plural, pero como soy olá jadashá se me
permiten ciertos errores), matrimonios, etc Guardábamos las fiestas, fui al colegio hebreo y
aprendimos principios y valores que me hacen sentir orgullosa del pueblo al que pertenezco. Crecí con
el fantasma del antisemitismo, aunque en forma muy velada. Siempre explicando y resolviendo dudas a aquellos
que se preguntaban acerca de ese extraño grupo de seres humanos que se ayudaban entre sí y que
parecían ser más ricos y cultos que el resto de la población. A veces nos miraban como
bichos raros, pero la gran mayoría nos aceptaba como un grupo de gente avanzada que quería
progresar y aportar al país. Aprendí a vivir mi
judaísmo con orgullo y sin miedo.
Crecí enfrentando algunas veces comentarios desagradables y siempre defendiendo nuestra
posición en el mundo. Otra veces escuchaba admiración por este pueblo al que orgullosamente
pertenezco. Crecimos oyendo historias del HOLOCAUSTO, de pogroms, un pueblo siempre huyendo y enfrentando a
algún enemigo. Un pueblo nómada, el pueblo del libro, de la tradición, de la llegada a
diversos países a “transculturizar”. En fin me siento orgullosa de pertenecer a este
pueblo resiliente, que se levanta una y otra vez, a pesar de lo que digan las malas lenguas.
También hubo gestos de admiración cuando el
papá del escritor y vecino
nuestro, Héctor Abad Faciolince, un conocido médico, defensor de los derechos humanos,
obligó a su hijo a pedir perdón por un acto de antisemitismo que había cometido con
otros vecinos, vociferando vocablos agresivos contra los judíos. Ese acto llevó a mi familia a
la fama, al ser publicado en El Olvido que Seremos, libro publicado por el escritor en mención, que
ha sido traducido a varios idiomas y además se hizo una película, volviendo famoso mi
apellido: Manevich
Me duele todo cuando oigo a un judío hablar mal de nuestro pueblo. Me
sorprende que alguien a quien le corre por las venas la sangre de Abraham, Isaac y Jacob pueda renegar de su
origen. Pero más me sorprende que un judío como Salomón Kalmanovich, tenga el valor de
publicar un artículo contra el judaísmo, llámese sionismo o antisemitismo, cuando de
pronto sus abuelos fueron sobrevivientes del HOLOCAUSTO. Soportaron las más grandes humillaciones por
parte de desquiciados como Hitler. Pienso que los intelectuales judíos debían aprovechar este
momento para apoyar y mostrar ante el mundo el
por qué Israel tiene que responder así a
los ataques, en vez de convertirse en atacantes de su propio pueblo.
No puedo entender que haya
enemigos del judaísmo dentro de nosotros mismos.
Se me revuelve el estómago cuando veo a
estos “héroes” de la palabra hablando tan mal de su pueblo, de su origen.
El
director Jonathan Glaze y el productor Jonathan Wilson de la película ganadora del Oscar, Zona de
Interés , pidieron paz para ambas partes y portaron la conocida insignia roja que pide el alto al
fuego, pero en ningún momento en su discurso, el director se inclinó por la defensa del pueblo
judío, recibiendo un caluroso aplauso de parte del público asistente. No aprovechar esos
momentos multitudinarios para apoyar a nuestro pueblo es permitir que otros hablen mal. Pienso que nosotros
como judíos que somos, tenemos un gran compromiso de mostrar esa verdad oculta, esa que la gente del
común no quiere ver y menos aceptar. No es que no nos duelan los muertos de Gaza. Claro que nos
duelen, pero es parte del sacrificio que hay que hacer para tratar de acabar con este grupo que le hace
daño, tanto a los que ellos consideran sus enemigos, como a su propio pueblo. Si entre nosotros
tenemos gente que condena públicamente a nuestro pueblo, que podemos esperar del resto del mundo?
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