Donald Trump volvió a demostrar que su política exterior se rige por una lógica que desafía todo protocolo. Su reciente anuncio de que “terminó la guerra en Gaza” no fue el resultado de un acuerdo sellado, sino el punto de partida de un juego mucho más complejo: declarar la victoria primero, forzar la realidad después.
🎭 La diplomacia como espectáculo
Trump no espera a que los negociadores resuelvan los detalles. Él los empuja a hacerlo después de que el titular ya circula por el mundo. Es la vieja táctica del empresario que lanza un proyecto antes de tener los permisos, confiando en que la presión pública hará imposible frenarlo.
Con Gaza, aplicó esa misma lógica: un anuncio monumental que convierte a cualquiera que lo cuestione en el enemigo de la paz. Y es que nadie y ningún país quiere aparecer como el responsable que impidió el fin de una guerra.
Trump volvió a hacer de la política internacional un escenario. No improvisó desde la nada: sabía que en Israel la sociedad llevaba meses pidiendo una sola cosa, traer de vuelta a los secuestrados. Esa demanda, unida al cansancio de la guerra, generó el terreno emocional perfecto para que su anuncio sonara inevitable.
Trump trasladó a la arena diplomática la lógica del trato inmobiliario: poner la oferta sobre la mesa y dejar que el miedo a perderla haga el resto. Anunció el “fin de la guerra” mientras en Egipto los mediadores aún discutían mapas, fronteras y listas de prisioneros.
Para él, esos eran “detalles técnicos”.En cambio para los negociadores eran el corazón del acuerdo. Pero una vez que Trump habló, todos se vieron obligados a moverse. Porque nadie quería ser quien “rompiera” la paz que el mundo ya celebraba.
☎️ Netanyahu bajo presión
Fuentes cercanas al proceso cuentan que las llamadas entre Trump y Benjamín Netanyahu fueron intensas. El primer ministro no estaba convencido: temía ceder demasiado y perder apoyo dentro de su coalición. Pero Trump le dejó claro que la paciencia tenía un límite.
Su mensaje fue directo: “Si quieres que esto funcione, toma el trato.”
Fue una jugada dura, pero efectiva. Por primera vez, un presidente estadounidense logró imponer un límite real al liderazgo israelí sin romper con él. Y lo hizo, paradójicamente, en el momento en que la mayoría de los israelíes más necesitaban un respiro y el regreso de los suyos.
🕯️ Entre la esperanza y el escepticismo
El resultado fue un cese al fuego inicial y la promesa de un intercambio de rehenes. Nada más. Pero para muchas familias israelíes, eso era todo lo que importaba. En un país donde los rostros de los secuestrados aparecían cada noche en las pantallas y en los balcones, el anuncio de Trump encendió una chispa de alivio.
Aun así, la mayoria en Israel lo ve con cautela. Los temas de fondo, la reconstrucción de Gaza, el desarme de Hamás, el papel de una fuerza internacional, quedaron pendientes. Declarar la paz no es lo mismo que construirla.
Y Trump lo sabe. Pero confía en su instinto: crear una narrativa tan poderosa que la realidad tenga que adaptarse a ella.
🌍 El poder de la palabra
La maniobra tiene una lectura política profunda. Trump entendió algo que muchos diplomáticos olvidan: la percepción también es una herramienta de poder. Cuando un líder afirma con absoluta seguridad que algo ha terminado, empuja al mundo a comportarse como si así fuera.
No es casual que el anuncio llegara justo cuando el cansancio bélico alcanzaba su punto máximo. Ni que en Israel, tras dos años de tensión y angustia, la mayoría prefiriera creer, aunque fuera por un instante, que los secuestrados volvieran.
Trump declaró el fin antes del acuerdo. Fue un acto de audacia, pero también de intuición: supo leer el deseo colectivo de pasar página. Sin embargo, la historia dirá si fue una genialidad diplomática o una ilusión hábilmente vendida.
Por ahora, lo cierto es que su anuncio cambió el tablero. Movió piezas, generó presiones, y aceleró la posibilidad de que rehenes israelíes regresen a sus hogares.