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Cuando Llega la Lluvia: Esperanza y la Incertidumbre en la OLEI

Aryeh Kalderon
Escrito por Aryeh Kalderon
Notiolei 705
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Hace meses que el cielo de Israel no nos regalaba una lluvia como la de este viernes. Esa primera gota que cae siempre trae consigo una sensación especial, como si el mundo entero se detuviera para escuchar. Y según dicen, mañana también nos visitará esta bendición. Pero, ¿qué tiene de especial la lluvia en Israel? Es mucho más que agua cayendo del cielo; es un mensaje silencioso, un recordatorio de que la vida sigue incluso en los momentos más oscuros.

Este año 2024 ha sido especialmente difícil. Las heridas de la guerra aún están abiertas, y las familias israelíes viven con el peso de la incertidumbre. Cada día, en nuestros corazones, hay un espacio reservado para los secuestrados, para quienes están lejos de casa. Pero también hay un espacio para la esperanza. Porque en Israel, incluso en medio del dolor, encontramos motivos para seguir adelante.

La lluvia, como siempre, me llevó a reflexionar. Como todos los viernes, fui a la panadería en Kiryat Malachi, un lugar donde la vida cotidiana se mezcla con la magia de lo inesperado. Los niños corriendo bajo la lluvia, las mujeres regalando velas antes del comienzo de Shabat, los religiosos ofreciendo tefilín, y la inconfundible discusión porque alguien se coló en la fila. Todo seguía igual, pero algo en el aire se sentía diferente. Quizá fue la lluvia, o quizá fue el encuentro que estaba por venir.

Como de costumbre, llamé al taxista Yehoshua para que me llevara a casa. Esta vez estaba solo porque mi esposa estaba enferma y prefirió quedarse en casa. Yehoshua es un típico israelí: duro por fuera, gritón, testarudo, siempre tiene la razón. Fue soldado, y después sirvió muchos años como mecánico en el ejército. Pero también tiene un gran corazón, especialmente cuando se trata de algo relacionado con el ejército.

Hoy, Yehoshua estaba más conversador que nunca, como si quisiera desahogar algo que llevaba dentro desde hace tiempo. Sus manos, firmes en el volante, parecían menos tensas, y su mirada alternaba entre el camino y el espejo retrovisor, como buscando una señal para empezar. Era evidente que algo pesaba en su mente. Manejaba lento, no discutía con los otros conductores, y hacía todo lo posible por sacar tema de conversación. Al final, le dije: "¿Qué pasa? Hoy estás muy amable, conversador, nervioso... Me tienes intrigado."

Me dijo: "¿Conoces la historia de Golda Meir, verdad?" Titubeé un poco y respondí que sí, aunque no estaba seguro de qué diría sobre ella. Continuó: "Sabes que mi hermano murió como soldado en la guerra, y no puedo sacar eso de mi corazón. Si Golda hubiera tomado otra decisión, eso no habría pasado."

Me explicó que su hermano perdió la vida en la Guerra de Yom Kipur, en 1973. Yehoshua siente que Golda Meir, quien era la primera ministra en ese entonces, tardó demasiado en movilizar al ejército cuando ya había señales claras de que los enemigos se preparaban para atacar. Esa demora costó muchas vidas, incluida la de su hermano. Su dolor era palpable, incluso después de tantos años.

El relato de Yehoshua me dejó conmovido y pensativo. También me contó cómo sus padres emigraron desde Irak cuando él tenía solo cinco años. Llegaron a Israel con poco más que ropa y esperanza. Como parte del esfuerzo del gobierno para asentar a las familias inmigrantes, les dieron una vaca y un caballo. Ese fue su comienzo en esta tierra.

Yehoshua, con su humor típico, me recordó que Kiryat Malachi significa "Ciudad de los Ángeles" en hebreo. Siempre insiste en que, a pesar de sus modestos comienzos, vivimos en un lugar lleno de historias y milagros cotidianos. "¡No es solo Kiryat Malachi! Es ‘Los Ángeles’, ¿entiendes?" me dijo una vez con una gran sonrisa.

Historias como las de Yehoshua no son aisladas, sino parte de un mosaico más amplio de resiliencia y comunidad que define a Israel. Fue entonces cuando pensé en la OLEI, esa organización que ha sido un pilar para tantos. Recuerdo claramente mi llegada a Israel. Fue un momento lleno de emociones encontradas, incertidumbre y esperanza. En ese escenario llegó Nahum, con su cartel de bienvenida, un gesto simple pero profundamente significativo. Es imposible hablar de la OLEI sin mencionar a Nahum, cuya energía parece inagotable y cuya dedicación debería quedar registrada en la historia. Han pasado varios años desde aquel encuentro, y no dejo de sentir gratitud por el apoyo y la calidez que recibí en ese momento tan crucial.

La OLEI no es solo una organización; es un hogar, un puente entre generaciones, un faro en medio de la tormenta. Cada voluntario, cada acto de bondad, es una prueba de que juntos podemos superar cualquier obstáculo. Es el alma colectiva de nuestra comunidad, la fuerza que nos impulsa hacia adelante.

La lluvia continuaba cayendo mientras Yehoshua hablaba. “Sabes,” dijo al final de su relato, “Kiryat Malachi significa Ciudad de los Ángeles. Y aunque no lo parezca, vivimos rodeados de milagros cotidianos.” No pude evitar sonreír. En su manera sencilla, Yehoshua había capturado algo profundo: incluso en medio del caos, hay belleza, hay magia, hay ángeles que caminan entre nosotros.

Finalizando este año 2024, me he dado cuenta de que la lluvia en Israel no solo limpia las calles o riega los campos. Es un recordatorio de vida, de renovación, de esperanza. Cada gota que cae nos invita a reflexionar sobre lo que hemos perdido y lo que hemos ganado, sobre nuestras luchas y nuestras victorias. La lluvia une el cielo y la tierra en una danza eterna, como nosotros, que a pesar de las tormentas, seguimos de pie.

En cada rincón de Israel, desde las ciudades hasta los kibutzim, hay historias de resiliencia, de personas que enfrentan lo imposible y encuentran una manera de seguir adelante. Y mientras existan comunidades como nosotros la OLEI, siempre habrá una red que sostenga, una mano que ayude, un corazón que entienda. Porque, al final, no importa cuán oscura sea la noche o cuán fuerte sea la tormenta. Siempre habrá lluvia para renovar la tierra, siempre habrá esperanza para renovar el alma. Y siempre estaremos juntos, recordando que “Am Israel Jai”: el pueblo de Israel vive, resiste y florece bajo cualquier cielo.

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