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Lágrimas de Shabat desde la diáspora

Marlene Manevich
Escrito por Marlene Manevich
Notiolei 683
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A veces percibimos alarmas que nos anuncian ciertos hechos venideros, sólo que a veces no sabemos descifrarlas.
Recuerden que les conté que para nuestra aliá viajamos con 16 maletas. Algunas las regalé a amigos que en un momento necesitaron y así he ido bajando el número de misbadot (maletas) guardadas.
El día que murió mi papá (aba shelí) y tuve que viajar al otro lado del charco, aunque mi cabeza estaba sobre los hombros, mi mente estaba lejos y no escogí la mejor maleta.
Todo iba sobre ruedas, como se mueven desde hace mucho las maletas, hasta que el día del viaje de regreso, alcé la maleta para pesaría y me quedé con la manija en la mano.
Yo no sé si sólo a mí me sucede, pero a la ida, todo cabe en la maleta y el equipaje va bien acomodado y al regreso toca hasta sentarse encima para que cierre y se lucha con la pesa para que los números se detengan antes de que indique sobrepeso. Generalmente no se detienen.
A mí, personalmente, no me gusta empacar y desempacar, pero es algo mandatorio. Rico es cuando se tienen acomodadas las cosas después, pero no el acto en sí.
Lo de la manija fue algo premonitorio como esas alarmas que no logramos descifrar.
Mi amiga Vito me obsequió un marcador de maletas marcado con mi nombre para asegurarme de que no se me fuera a confundir con alguna de otro pasajero. (Ese es su nuevo emprendimiento para identificar la pertenencia del equipaje).
Después de un largo viaje de casi un mes y bastantes horas de vuelo llegué a mi destino final: Tel Aviv. Estaba emocionada de reunirme con mi esposo, que había dejado por unas cuantas semanas y volver a ver a mis nejadim locales y a sus padres.
En el carrusel de las maletas había equipaje de 5 vuelos, así que había que tener sablanut (paciencia).
Después de muchas vueltas me di cuenta de que mi maleta no había llegado.
Fui a información y en hebreo logré comunicarle a la encargada que mi maleta no estaba donde debía estar. Me indicó que fuera a El Al que allá me informarían. Me dirigí a Lost and Founds, donde me hicieron llenar un formulario, no sin antes preguntarme si traía alcohol, objetos inflamables, líquidos y no sé qué otra cosa y dije enfáticamente que no. Me dijo que llamara al call center y que lo más seguro era que al día siguiente me llevarían la maleta a mi casa (bait shelí).
Me retiré de la ventanilla, un poco aburrida, pero con la alegría de que no tenia que desempacar, después de las 11 horas de vuelo, sin haber dormido.
Como aquí todo es tan tecnológico traté de sacar un carrito de una fila y me sentí como una local residente israelí. Puse la tarjeta en la máquina y apreté el dibujo que necesitaba, pero nada, el carrito tenía un imán y no podía sacarlo de la fila. A mi
lado había varios con el mismo problema, así que desistí de sacarlo.
Empecé a hacer un conteo de las cosas (devarim) que traía. Todo parecía en orden. Pandebonos y pandeyucas, de la fábrica donde trabaja mi hijo sellados herméticamente. Traía 2 cuadros pintados por mi primo Jorge, en estilo abstracto y no creí que por tratarse de obras de arte me fueran a molestar, como traficante de obras de arte. El es conocido, pero no tan famoso como Leonardo Da Vinci, así que decidí no preocuparme por ese item. Hice click, cuando recordé que le compré a mi esposo una crema carísima que mi yerno nos había recomendado para un dolor de espalda, que lo ha estado aquejando últimamente. La crema es CBD. Esto es una crema que tiene como uno de sus ingredientes, marihuana medicinal. Mi bobe (abuela) me enseñó siempre a pedir descuento por si acaso. Cuando pedí anajá (descuento) la mojeret (vendedora) me dijo que si compraba 3 productos, me podía hacer un precio especial. Una querida amiga me llevó a hacer esa vuelta y me dio su aprobación. La encargada me ofreció chocolates medicinales con el mismo ingrediente y yo muy ingenua, pensé que si no le quitaba el dolor, al menos iba a tener una agradable sensación con sabor a chocolate. En un momento dado, con mi hijo en Miami, pensamos que era mejor no traerlos, pero pensándolo bien, no era transportar droga, sino algo medicado. No me sentí como una traficante, pero si me dio algo de temor y empecé a sospechar que podría estar metida en un problema. “Colombiana llega a Israel y lleva droga camuflada entre los chocolates”. Me imaginé a 3 policías esposándome que vendrían acompañando al encargado de traerme la maleta. Mi hija me regañó que hice muy mal en traerlos. Le dije que si recuperaba mi maleta y mi libertad no le iba a compartir mi peculiar chocolate. Entre el jet lag y la incertidumbre por lo que sería mi trágico futuro en prisión, ya se imaginarán la noche que pasé. Después me puse a recapacitar y pensé que si Netanyahu se ha podido salvar del juicio, por qué yo no. Además está muy ocupado resolviendo problemas más delicados que meter a la cárcel a una colombiana por tráfico de chocolates. En ese momento pude conciliar el sueño y prepararme para desempacar al día siguiente cuando me entregaran mi maleta libre de culpa. Menos mal no pude sacar el carrito, pues aunque poco, hubiera sido un monto desperdiciado, pues para la maleta de mano no era necesario. En el fondo estaba tranquila de que la maleta por estar contramarcada no se había confundido.

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