
A veces percibimos alarmas que nos anuncian ciertos hechos venideros, sólo que a veces no sabemos
descifrarlas.
Recuerden que les conté que para nuestra aliá viajamos con 16 maletas. Algunas
las regalé a amigos que en un momento necesitaron y así he ido bajando el número de misbadot
(maletas) guardadas.
El día que murió mi papá (aba shelí) y tuve que viajar al
otro lado del charco, aunque mi cabeza estaba sobre los hombros, mi mente estaba lejos y no escogí la mejor
maleta.
Todo iba sobre ruedas, como se mueven desde hace mucho las maletas, hasta que el día del viaje
de regreso, alcé la maleta para pesaría y me quedé con la manija en la mano.
Yo no
sé si sólo a mí me sucede, pero a la ida, todo cabe en la maleta y el equipaje va bien
acomodado y al regreso toca hasta sentarse encima para que cierre y se lucha con la pesa para que los
números se detengan antes de que indique sobrepeso. Generalmente no se detienen.
A mí,
personalmente, no me gusta empacar y desempacar, pero es algo mandatorio. Rico es cuando se tienen acomodadas las
cosas después, pero no el acto en sí.
Lo de la manija fue algo premonitorio como esas alarmas
que no logramos descifrar.
Mi amiga Vito me obsequió un marcador de maletas marcado con mi nombre
para asegurarme de que no se me fuera a confundir con alguna de otro pasajero. (Ese es su nuevo emprendimiento
para identificar la pertenencia del equipaje).
Después de un largo viaje de casi un mes y bastantes
horas de vuelo llegué a mi destino final: Tel Aviv. Estaba emocionada de reunirme con mi esposo, que
había dejado por unas cuantas semanas y volver a ver a mis nejadim locales y a sus padres.
En el
carrusel de las maletas había equipaje de 5 vuelos, así que había que tener sablanut
(paciencia).
Después de muchas vueltas me di cuenta de que mi maleta no había llegado.
Fui a información y en hebreo logré comunicarle a la encargada que mi maleta no estaba donde
debía estar. Me indicó que fuera a El Al que allá me informarían. Me dirigí a
Lost and Founds, donde me hicieron llenar un formulario, no sin antes preguntarme si traía alcohol, objetos
inflamables, líquidos y no sé qué otra cosa y dije enfáticamente que no. Me dijo que
llamara al call center y que lo más seguro era que al día siguiente me llevarían la maleta a
mi casa (bait shelí).
Me retiré de la ventanilla, un poco aburrida, pero con la alegría
de que no tenia que desempacar, después de las 11 horas de vuelo, sin haber dormido.
Como
aquí todo es tan tecnológico traté de sacar un carrito de una fila y me sentí como una
local residente israelí. Puse la tarjeta en la máquina y apreté el dibujo que necesitaba,
pero nada, el carrito tenía un imán y no podía sacarlo de la fila. A mi
lado
había varios con el mismo problema, así que desistí de sacarlo.
Empecé a hacer
un conteo de las cosas (devarim) que traía. Todo parecía en orden. Pandebonos y pandeyucas, de la
fábrica donde trabaja mi hijo sellados herméticamente. Traía 2 cuadros pintados por mi primo
Jorge, en estilo abstracto y no creí que por tratarse de obras de arte me fueran a molestar, como
traficante de obras de arte. El es conocido, pero no tan famoso como Leonardo Da Vinci, así que
decidí no preocuparme por ese item. Hice click, cuando recordé que le compré a mi esposo una
crema carísima que mi yerno nos había recomendado para un dolor de espalda, que lo ha estado
aquejando últimamente. La crema es CBD. Esto es una crema que tiene como uno de sus ingredientes, marihuana
medicinal. Mi bobe (abuela) me enseñó siempre a pedir descuento por si acaso. Cuando pedí
anajá (descuento) la mojeret (vendedora) me dijo que si compraba 3 productos, me podía hacer un
precio especial. Una querida amiga me llevó a hacer esa vuelta y me dio su aprobación. La encargada
me ofreció chocolates medicinales con el mismo ingrediente y yo muy ingenua, pensé que si no le
quitaba el dolor, al menos iba a tener una agradable sensación con sabor a chocolate. En un momento dado,
con mi hijo en Miami, pensamos que era mejor no traerlos, pero pensándolo bien, no era transportar droga,
sino algo medicado. No me sentí como una traficante, pero si me dio algo de temor y empecé a
sospechar que podría estar metida en un problema. “Colombiana llega a Israel y lleva droga camuflada
entre los chocolates”. Me imaginé a 3 policías esposándome que vendrían
acompañando al encargado de traerme la maleta. Mi hija me regañó que hice muy mal en
traerlos. Le dije que si recuperaba mi maleta y mi libertad no le iba a compartir mi peculiar chocolate. Entre el
jet lag y la incertidumbre por lo que sería mi trágico futuro en prisión, ya se
imaginarán la noche que pasé. Después me puse a recapacitar y pensé que si Netanyahu
se ha podido salvar del juicio, por qué yo no. Además está muy ocupado resolviendo problemas
más delicados que meter a la cárcel a una colombiana por tráfico de chocolates. En ese
momento pude conciliar el sueño y prepararme para desempacar al día siguiente cuando me entregaran
mi maleta libre de culpa. Menos mal no pude sacar el carrito, pues aunque poco, hubiera sido un monto
desperdiciado, pues para la maleta de mano no era necesario. En el fondo estaba tranquila de que la maleta por
estar contramarcada no se había confundido.
Si este artículo te ha generado más preguntas, no dudes en escribir, tus preguntas podrían ser el tema de nuestro próximo artículo y, si no es así, al menos nos harás saber que estás leyendo y que te importa lo que compartimos. Así que, no lo pienses más y ¡escribe! Nos encantaría saber de ti.