Ese fue el título que mi hija le puso a nuestra foto en Facebook, cuando aterrizamos el 18 de diciembre de 2022, en el Ben Gurión. Llegamos con 16 maletas, donde acomodamos las principales pertenencias de nuestros 48 años de casados y con el sueño de todo buen judío, de regresar a Tzion. Aunque llegamos en el mismo vuelo que aterrizó a la medianoche en suelo israelí, provocando esa emoción que se siente al llegar a este pequeño, pero gran país, que nos acogió, como si siempre hubiéramos vivido aquí, unos minutos separaron mi llegada, de la de mi esposo, Reuven. Yo llegué a la medianoche del 18 de diciembre de 2022 y Reuven, según el departamento de inmigración, llegó el 19 de diciembre del mismo año. Sólo unos minutos, marcaron la diferencia, como si hubiéramos llegado en fechas diferentes. Nos estaba esperando Arthur, un representante de la Sojnut, quien nos llevó a la oficina, donde habían encendido la primera vela de Janucá y nos recibieron con sufganiot. Cuando nos entregaron el sobre con la teudat olé (cédula), una sim para el celular y dinero en efectivo, me rodaron un par de lágrimas por las mejillas, sintiendo agradecimiento y emoción por haber pisado suelo israelí. En ningún país del mundo, le dan a uno plata por el simple hecho de llegar a habitar sus tierras.
Empezamos el ulpán, como juiciosos estudiantes, volviendo a la era escolar. Madrugar todos los días y salir corriendo, para llegar a tiempo a la clase, con los cuadernos y las shiure bait, que no faltan. Es sentirse aprendiz y a veces un poco derrotado con este idioma en el que Moisés les explicaba a nuestros hermanos antepasados, lo que debían hacer, y entre la tartamudez y a lo mejor ante la dificultad del idioma, ahora entiendo por qué se demoraron 40 años dando vueltas en el desierto para llegar a la tierra prometida. Con mis compañeros rusos, con los que a veces me toca hacer equipo para los trabajos en clase, de tanto oírlos, a ratos me parece que también voy a aprender un poco de ese otro idioma más kashé que el hebreo, pero por mis ancestros lo llevo en la sangre. Me ha tocado cuidar un niño en inglés y eso me ha obligado a practicar esa lengua, sintiéndome a veces un poco trilingue Al comienzo fui una alumna destacada, pues sabía leer y escribir, a comparación de mis compañeros rusos, que no conocían las letras. Fueron pasando los días y a medida que fuimos avanzando a una velocidad de marathon, ya no me sentía tan metzuienet. Me sentía atrasada y con una especie de balagán ba rosh (desorden en la cabeza). No me podía concentrar y eran los momentos en que pasaba de trilingüe a modo pausa.
Siempre tuve una excelente ortografía, pero con el hebreo, he pasado a tener una horrografía. Necesito educar el oído, para saber cuándo suena ain, o mejor no suena, porque es muda y cuando alef. La jei es más jota, pero se puede confundir con jet o jaf, que para un aprendiz como yo, es casi lo mismo. La tet y la taf a mí me suenan igual, aunque ya la morá nos enseñó que las palabras que tienen origen latino se escriben con tet.
En el colegio, tenía una profesora, la señorita Alicia, que recuerdo con mucho cariño, y nos decía que había que distinguir entre la b larga, que suena con los labios cerrados y la v, lavidental que se pronuncia interlabial. Nos reíamos de esas reglas y nos parecía un poco ridículo aplicarlas en nuestro lenguaje cotidiano, pues no éramos ni españoles, aunque teníamos el legado de los conquistadores que llegaron a nuestra querida Colombia, ni israelíes. Ahora me doy cuenta de lo importante que es haberlas aprendido, aunque no aplicábamos la pronunciación correcta. Decíamos simplemente B. Mi ortografía es más estética que de reglas, pero en ivrit no me funciona. Todas las palabras me parecen iguales y no sé como escribo que con que. En español, tenemos femeninos y masculinos, que en hebreo suenan al revés, de acuerdo a nuestro hemisferio. Por ejemplo, para nosotros los latinos, la luna suena el luna, el mesa, el ventano, etc y un montón de etcéteras. La luna es masculino y el sol femenino. Eso para un latino donde los amaneceres son regidos por el astro masculino y los anocheceres por el femenino, no deja de ser un poco confuso. Y eso que todavía no les he contado la mayor dificultad. Para una persona como yo, nacida en el trópico y leyendo toda la vida a la usanza occidental, de buenas a primeras, tener que llegar a leer y escribir de derecha a izquierda usando el hemisferio invertido, no es fácil. Abrir el majberet (cuaderno) al revés con la tapa para el otro lado, es complicado de asimilar para un latino acostumbrado a leer las instrucciones de uso al final. A esta edad, rozando la década número 7 aprender, o mejor tratar de aprender 5 verbos diarios es kashé (difícil) y más aún retener tantas palabras nuevas.
Una de las dirigentes del ulpán, un día de esos en que se me notaba la angustia existencial a flor de piel, me tranquilizó y me hizo la siguiente pregunta: tu creías que en 6 meses (shishá jodashim) ibas a aprender hebreo? Yo en medio de mi ingenuidad y positivismo le contesté que si y me dijo pues NO. Me di cuenta que el ulpán es importantísimo, pero es sólo una excelente base para seguir aprendiendo.
Pasé unos días en que no podía bañarme, ni lavarme los dientes, ni vestirme, pues no podía pronunciar estos verbos, hasta que se me ocurrió una luminosa idea, como diríamos en hebreo una raayón metzuienet, como las que se le ocurrían a don Quijote de la Mancha. Y fue así como me copié del Nobel García Márquez, la técnica que utilizó Úrsula Iguarán en Cien Años de Soledad, pegando papelitos en los objetos, para poder recordar los nombres, olvidados por esa rara enfermedad que azotó a los habitantes de Macondo y que hoy lleva el nombre de Alzhaimer. Pegué un sticker en el mará (espejo) del baño y cada que me lavaba los dientes, practicaba, hasta que me lo aprendí. (El verbo, porque lavarme los dientes ya sabía). Lo mismo hice con el verbo lehitrajets; pegué un sticker por fuera de la ducha y mientras me enjabonaba y me caía agua en el guf (cuerpo) fui avanzando en mi aprendizaje. En el arón (armario) pegué otro papelito que decía mitlabesh y así mientras escogía la pinta, practicaba. Me siento un poco plagiando al nobel de Aracataca, pero todo sea por el aprendizaje de esta lengua milenaria y sonora, que nos hace pensar al revés. Hablando de baños, les cuento que disfruto de una ducha grande y un espacioso baño que es un lujo en este país donde la mayoría de la gente se baña de medio lado.
Me sentía super porque sabía contar en hebreo. También aprendí a contar en francés, me lo enseñó mi mamá y es de las pocas cosas que sé en ese idioma tan romántico, en que canta la Piaf y Charles Aznavour. En hebreo sabía los números desde el colegio, pero hasta ahora me di cuenta que los números que yo sabía eran femeninos y resulta que para hablar correctamente, debo decir jamishá ieladim, 5 niños, cuando en español suena jamishá en femenino, por aquello de la a. También se dice shloshá shekalim, (3) y no sigo contando para no confundirme, ni confundirlos más. Me imagino que así era la confusión en la torre de Babel.
El domingo aquí es un día de trabajo común y corriente. Duro para una pareja de colombianos, acostumbrada a tener fines de semana largos y los famosos puentes donde hay muchos días festivos. Pero eso compensa con que el viernes es día libre y el Shabat se descansa y casi todo está cerrado. Además hay varias jaguim (fiestas) y eso obliga a descansos intermitentes. Hablando de descanso, este es un país de playas hermosas, pero hemos aprendido que el shabat, que es el día de descanso y se presta para ir a la playa, es mejor no ir, pues qué creen que hacen los israelíes el sábado? Ir a la playa. Y se llena totalmente, de gente y de carros. Conseguir parqueo es casi que misión imposible. Toca esperar con paciencia y mucho jam (calor) a que algún bañista decida irse temprano. La otra alternativa, como el verano es tan intenso y oscurece a las 8:30 p.m. es ir a las 5 p.m. después del trabajo un día entre semana. También se llena, pero las probabilidades de conseguir parqueo son más altas.
Nos hemos perdido y complicado por no saber hablar el idioma. En la kupá, caja registradora, nos hemos visto en problemas por no entender lo que nos dicen. Los que van detrás en la cola, han esperado con sablanut (paciencia) y siempre con una sonrisa de solidaridad. Ya entendemos un poco más que al comienzo, pero falta más comprensión. Ahora somos más rápidos, pues ya nos aprendimos el número de teléfono y la teudat zeut. Cuando no lo sabíamos de memoria y tocaba buscar, era una espera interminable para el que seguía en la fila. Dicen que los israelíes son acelerados, pero nos tuvieron paciencia. No hemos aprendido todavía en hebreo a juntar los dedos y decir RRRega rrrega.
La tecnología nos ha atropellado bastante. Las primeras veces que teníamos que sacar el carrito del supermercado de una cadena y no teníamos idea de cómo hacerlo, hasta que vimos a alguien metiendo una moneda en un orificio y pudimos empezar a mercar. N otros supermercados había que digitar el número de la teudat y nosotros creíamos que era el número de teléfono.
Waze ha sido un colaborador excelente, aunque a veces nos ha pasado como a Caperucita Roja, que hemos tomado el camino equivocado. Antes de estar inscritos en el qvish shesh, (carretera 6) fuimos a Haifa y los peajes parecían invisibles. Cada vez que atravesábamos un túnel, me llegaba un mensaje al celular. No entendíamos muy bien por qué, hasta que nos llegó una carta de amor, cobrando todos los peajes y el paso por varios túneles. Esto era cuando ya Waze nos hablaba en español, porque al comienzo hablaba en el mismo idioma milenario que D’s le hablaba a Moisés y sólo entendíamos smola, iamina y iashar. (Izquierda, derecha y derecho)
La primera pizza que pedimos a domicilio fue tamaño personal y teníamos que compartirla para los 2, por no haber di cho la palabra mishpajtí. Y ni pensar cuando nos tocó hacer pedido de comida, a través de una pantalla, que no sabíamos, ni cómo pagar. Nos ha tocado comer menús que no estaban seleccionados en nuestro paladar, por no haber entendido la carta del restaurante.
Cuando nos preguntaban moadón (fiedelidad), ya teníamos instrucciones para contestar no, a veces decíamos mataná (regalo) en tono de pregunta y cuando nos decían que no había mataná, decíamos lo todá (No gracias). Después nos dimos cuenta que hay algunas moadón que valen la pena para las anajot (descuentos). (Si ven que anajá es descuento y es nekevá; (la descuento, para nosotros los oriundos de esas tierras descubiertas por Colón) eso es importantísimo para formar los plurales y por eso es urgente empezar a pensar en hebreo y no traducir literalmente del español.
Nos hemos perdido en muchos parqueaderos y hemos pagado sólo por entrar y volver a salir porque no hemos encontrado un lugar para estacionar. Eso sin contarles las veces que se nos ha perdido el carro, por haber salido por la puerta equivocada, pues es la ruta por la que hay que salir.
La tercera vez que fuimos al banco, el muchacho de la knisá (entrada) nos dijo que siguiéramos tranquilos sin tor (turno). Cuando llevábamos 1 hora esperando y la encargada del banco, que ya nos conocía nos miraba y sonreía y no entendíamos por qué no nos atendía, hasta que, en nuestro incipiente hebreo pudimos preguntarle qué pasaba y nos enteramos que sin tor no nos atendía porque no quedaba registrado en el majshev (computador).
Una de las experiencias más difíciles, fue la primera vez que fuimos al maabadá (laboratorio). Hasta que entendimos cómo funcionaba la maquinita, nos demoramos un rato. Después leíamos y lo único que entendíamos era dam. Relacionamos con el seder de Pesaj, cuando se recitan las 10 plagas y eso era lo que necesitábamos, un bdiká (examen) de sangre. Por lógica dedujimos que ese era el turno que debíamos sacar y guardando la esperanza de que no siguiera en el orden de atención, como en el seder, con tsfardea. Me trajo a la mente el recuerdo de esos tiempos inmemoriables, cuando hacían las pruebas de embarazo con un sapo. No sé si estaba más preocupada por el embarazo o por el sapo.
Estas han sido algunas de las innumerables peripecias, que hemos tenido que vivir como olim jadashim. Todo es jadash (nuevo) para nosotros a este lado del charco. Son experiencias diferentes, grados de cibernaútica que a veces no entendemos, pero que hemos ido aprendiendo con el tiempo y a punta de cometer errores. Esa es la mejor escuela, la de la vida.
Quiero cerrar este artículo con broche de oro y para eso quiero agradecer la bienvenida que nos dio Karin Limberg, que trabaja en la iriá de Modiin y es la encargada de recibir a los olim latinoamericanos. Llegamos aquí por recomendación de mi hija y mis nietos. Ellos llevan 9 años en este país de leche y miel y nos dijeron que era mejor que llegáramos a la misma ciudad donde ellos viven y que de acuerdo al trabajo y a nuestras actividades, después escogiéramos donde preferiríamos vivir. A Karin la había conocido, en uno de mis viajes anteriores, cuando venía a “abuelear” en el verano y digo abuelear, en serio, porque venía a cuidar a mis nejadim (nietos) mientras los papás trabajaban. Karin nos recibió con la misma dulzura que la conocí y nos invitó a una fiesta que organizaba la Olei latinoamericana en Modiin, organización que recibe a los olim que vienen de Latinoamérica, España y Portugal. Nos dieron un recibimiento muy especial. Hubo un cantante con su guitarra, que me recordó al rabino Goldschmidt con su repertorio y variedad de canciones en ladino, español e idisch. No podía faltar la universal melodía de tumbalalaika. Vi gente alegre, corazones solidarios y mentes brillantes. Percibí el sentido de comunidad con el que vivimos en Colombia y me gustó. Ha sido una linda bienvenida que nos ha dado la tranquilidad de contar con personas amables que ya pasaron por lo mismo, y por su experiencia, podemos tomar su ejemplo, además de que son un grupo de gente muy agradable. Lo mismo puedo decir del ulpán. Es un equipo maravilloso, que nos acogió para enseñarnos hebreo, las morot (profesoras), las administradoras, y todo el personal que trabaja en Irusim 29. Se respira un ambiente muy especial. Gente dispuesta a ayudar. Podemos decir que aterrizamos en un buen lugar.
Marlene Manevich
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